BREVE ESTUDIO SOBRE LA DESCENDENCIA DE HIPÓLITO YRIGOYEN
Este modesto análisis persigue el esclarecimiento definitivo de la vida sentimental y la sucesión de don Hipólito Irigoyen.
De la variada bibliografía existente sobre Hipólito Irigoyen y sus amores, se desprende que con seguridad tuvo hijos con tres mujeres. La primera fue Antonia Pavón. En Los amores de Yrigoyen, de Araceli Bellotta, figura que Antonia nació en 1862.1 Sin embargo, en la partida de bautismo de Antonia Guadalupe Pavón aparece como natalicio el 26 de febrero de 1852, una fecha que encaja mucho mejor con los acontecimientos posteriores.2 La mayoría de los biógrafos coinciden en señalar que era criada en la casa donde vivían la familia Alem junto a Hipólito. No obstante, de los libros del censo de 1869 surge que Antonia vivía junto a su padre Hilario (45) en una casa de la calle Montevideo al 153, que era soltera, que su ocupación era costurera y que sabía leer y escribir.3 Fue ella la madre de la primogénita: Helena (no Elena, pues ella firmaba con hache). En el ámbito genealógico y en los textos se manejan dos fechas de nacimiento diferentes. La más común es el 2 de septiembre de 1878. Hay dos motivos para impugnarla. En primer lugar, ese año Hipólito Irigoyen estaba en pareja con Dominga Campos, y de hecho, tendría una hija en noviembre de 1878 (Dominga Irigoyen).4 Por supuesto que es posible que un hombre tenga hijos de diferentes madres en un mismo año, pero si analizamos con detenimiento y objetividad el comportamiento de sus vínculos sentimentales, nos encontraremos con la realidad que don Hipólito no contrajo matrimonio con sus mujeres, pero estableció una dinámica similar a la de una pareja casada. Por más que varios biógrafos hayan intentado pretender que Irigoyen era mujeriego, hay motivos suficientes para entender lo contrario, los cuales se comprenderán más adelante. Además del dato aportado, hay dos cuestiones que terminan por refutar el 2/11/878. En Vida de Yrigoyen: El hombre del misterio, la biografía que escribió Manuel Gálvez, cuenta que Hipólito Irigoyen es nombrado comisario de policía el 17 de agosto de 1872 y que “Por entonces, Hipólito tiene una aventura, la primera que se le conoce. Ha enamorado a una muchacha de condición modesta, hija de un empleador inferior de la policía y acompañanta o sirvienta de Luisa Alem. Se llama Antonia Pavón y le da una hija. Hipólito Yrigoyen procurará a esta hija una buena educación, la vinculará a su familia y la tendrá a su lado durante su vida entera.”5 Coincide con esta versión la autora de Dominga Campos: compañera silenciosa de Hipólito Irigoyen (la autora, Celia Manson, es sobrina nieta de Dominga Campos, y en consecuencia, también de Irigoyen). Dice: “De la mayor, Helena, se conoce lo siguiente: fue concebida cuando Hipólito Irigoyen era un muchacho de menos de veinte años, con Antonia Pavón, una joven que trabajaba en casa de los Alem al servicio de su tía Luisa.”6 Félix Luna escribe en Yrigoyen: “Siendo muy joven, no más de veinte años, tuvo relaciones con una ama de llaves o dama de compañía de la casa de sus padres. La muchacha no significó nada para Yrigoyen y bien pronto se alejó de él, pero le dejó una niña que alimentaría el caudillo durante toda su vida. Sus manos torpes de solterón trenzaban sus cabellos y solía llevarla frecuentemente a su estancia.”7 Es decir, si Irigoyen tenía veinte años, o menos, al nacer Helena, ese nacimiento solo se debió haber producido antes o durante 1872. El último factor para desestimar la fecha en disputa es una inédita hasta el momento: que Hipólito Irigoyen y Antonia Pavón tuvieron otro hijo. Fue varón, se llamó Hipólito, llegó al mundo en 1874 y falleció el 22 de abril de 1880, a los seis años de edad.8 Es indiscutible que Helena fue la primera hija que tuvo Irigoyen, por lo tanto, si hubiese nacido en 1878, no hubiese portado con esa credencial de primogénita que todos le han atribuido siempre; biógrafos, investigadores y familiares. Por lo expuesto, es más correcto considerar a 1872, la otra fecha existente, como el año en que nació Helena Irigoyen. El domicilio de Antonia, de acuerdo a ese documento, es Ombú 166. Según Eduardo Zanini, autor de Hipólito Yrigoyen, “Desde los dieciocho años, vivía en la casa de la abuela materna, Tomasa Ponce, una quinta situada en Federación y Ombú (hoy Rivadavia y Matheu).”9 Si la dirección es la misma —altamente probable—, Antonia vivía en 1880 junto a la familia Alem. Su desaparición posterior sigue siendo una incógnita, aunque Bellotta en su libro aporta que, de acuerdo a los dichos de Celia Irigoyen (sobrina de Hipólito, fallecida en 2006), cuando Helena era muy pequeña, Antonia la abandonó; y que años más tarde, cuando quiso contactarlos, padre e hija se negaron a recibirla.10 Otro interrogante es saber qué ocurrió con la crianza del hermano de Helenita (Hipólito, nacido en 1874). Lo concreto es que Helena vivió junto a su padre desde niña y hasta 1933, y que su hermano menor, el pequeño Hipólito, falleció en 1880 de difteria. Un dato que puede suponer que el niño también quedó al cuidado del papá o de sus familiares, es que no fue registrado en el libro de defunciones por su madre, sino por Roque Irigoyen, tío del fallecido. Por último, no es de menor incidencia que por aquel tiempo los errores de fecha en los libros parroquiales fueran frecuentes, sobre todo cuando el procedimiento religioso era realizado únicamente por los padrinos, como fue en el caso de la mayoría de los bautismos de los hijos del gran caudillo. Esas ceremonias solían realizarse varios años después de producido el nacimiento, lo cual conspiraba contra la precisión, como incluso ocurrió con el propio don Hipólito (bautizado a los cuatro años de edad), que habiendo nacido un 13 de julio fue inscripto erróneamente el día 12 del mismo mes. Por todo esto, muy posiblemente, Helena Irigoyen haya nacido un 2 de septiembre, pero de 1872.
La primera mujer con la que Hipólito Irigoyen conformó una pareja estable, con quien convivió por momentos y pensó en casarse, fue Dominga Campos. Según los testimonios recogidos por Lucía Gálvez: “Él no vivía con ella pero la mantenía y la visitaba todas las noches y a veces durante el día. Le tenía mucho cariño y la trataba muy bien, pero era muy reservado”.11 Se ha señalado con insistencia que Dominga nació en 1862. Pero esta fecha es incorrecta. De ser así, hubiese tenido entre catorce o quince años al dar a luz a su primera hija: María Luisa, nacida en 1877 (según acta de bautismo) y fallecida de tuberculosis antes de cumplir los veinte, probablemente entre los quince y los dieciocho.12 Manuel Gálvez agrega: “El joven comisario no tarda en olvidar a Antonia, si alguna vez la amó. Tiene veinticinco años cuando conoce a Dominga Campos, lindísima criatura de diez y siete o diez y ocho”.13 La documentación disponible avala la información proporcionada por el novelista. Pero al revisar las actas de bautismo, el investigador se confunde, ya que los padres suelen mentir al declarar su edad (costumbre de la época de quitarse años). Por eso, el más confiable registro es el censo. Los niños no mienten. Si uno revisa, la concordancia en la edad de los menores de edad con las fechas de nacimiento, no va a encontrar una sola discrepancia. En el censo nacional de 1869, Dominga Campos figura con 9 años de edad.14 Por lo tanto, el año de su nacimiento es 1859 o 1860. Más allá de las especulaciones, nada más preciso que el acta de bautismo del 2 de diciembre de 1859 donde figura como natalicio el día 29 de noviembre de 1859.15
En general, poco se ha sabido de María Luisa Irigoyen Campos. Mayormente, se ha especulado que corrió el mismo destino que los párvulos que fallecieron poco después de nacer. Manson aporta interesantes revelaciones: “María Luisa, la mayor, mantuvo una relación cómoda y afectuosa con su padre. Hipólito cumplía con sus pedidos y satisfacía sus caprichos y exigencias. A pesar de la eterna falta de comodidad económica por los motivos políticos y humanos que se han comentado, y a diferencia de la costumbre inveterada de la familia de su madre, a María Luisa la vestían las mejores modistas y era cliente de la casa Musión”.16
El 24 de noviembre de 1878 nace Dominga, bautizada el 22 de junio de 1879, un día antes de morir (según consta en la partida de defunción). La sobrina nieta de Dominga Campos comete un error al señalar que el segundo hijo de esta pareja fue varón, que se llamó Hipólito y que nació en 1878. “A la hija mayor, Dominga la bautiza María Luisa. Luego tiene un varoncito, al que le pone el nombre de su padre —Hipólito Irigoyen—, que muere a poco de nacer”.17 Probablemente, por la yuxtaposición de versiones familiares imprecisas, confunde al segundo con el tercer hijo de Dominga e Irigoyen, al que sí llamaron Hipólito, pero que nació el 15 de noviembre de 1879, y en coincidencia con la autora, falleció muy poco después (su bautismo fue el 23 de enero de 1880).18 El 27 de octubre de 1880, nace Eduardo Abel y el 26 de enero de 1882, Sara Dominga, el último vástago del futuro presidente y Dominga. En este punto, hay que señalar que no hubo otro Hipólito fallecido. Dice doña Celia: “Su hijito Hipólito, el que sigue a María Luisa, muere apenas nacido. Tiempo después soportará un golpe mucho más devastador: la difteria le arrebatará al segundo de los varones, a quien también llamó con el nombre de su padre”.19 La primera afirmación es incorrecta, pues se llamó Dominga. El tercero sí, fue Hipólito, y murió poco después del parto. El hijo al que se refiere que muere a los seis años de edad, que también se llamó como el padre, es el segundo de Antonia Pavón e Irigoyen. Así lo testimonia el Dr. Arata en la partida de defunción del 23 de abril de 1880 (un día después del deceso).
Un dato en el que coinciden numéricamente Gálvez y Manson: “Dominga ya tiene sus hijitos crecidos cuando tantas conocidas recién empiezan a tener los suyos. Ha sufrido también la muerte de tres de ellos”, dice la narradora.20 “Los años van pasando con su carga de penas para Dominga Campos. Ha tenido tres hijos más, en los años 80, 81 y 82; pero ha perdido tres” explica el biógrafo, sin dar demasiadas precisiones, tal vez por temor al yerro.21
En Dominga Campos: compañera silenciosa de Hipólito Irigoyen, la autora comenta que “Al cabo de dos años nace Sara Dominga y por último, tras algún embarazo que no llegó a término, el sexto niño que tiene cuando su madre ya está enferma de cuidado”.22 Es probable que a fines de la década de 1880 Dominga haya tenido ese hijo, pero no es posible aportar documentación probatoria.
En Los reelegidos: Roca, Yrigoyen y Perón, de Eduardo Bautista Pondé, se afirma que Sara Dominga y Eduardo Abel fueron bautizados tardíamente el 29 de agosto de 1902 en la basílica Nuestra Señora de la Merced de Buenos Aires.23 Las correspondientes partidas se encuentran adjuntas en el sucesorio de Dominga Rita Campos y fueron suministradas por los propios involucrados durante la ejecución de la herencia de Hipólito Irigoyen.24
En cuanto a Sara Dominga, la relación con su padre también fue muy cercana. Sarita, como todo el mundo la llamaba, fue una ferviente irigoyenista que hasta el último día de su vida se dedicó a difundir los principios radicales y a recordar las principales figuras del partido. Fue ella la primera presidenta del Instituto Yrigoyeneano, fundado el 1 de junio de 1948.
A la muerte de Dominga Campos el 14 de noviembre de 1890, le siguen tres años de soledad en la vida sentimental de Hipólito Irigoyen. Félix Luna sugiere en su biografía que “Algunas aventuras más debió tener Yrigoyen. Se habló de sus conquistas entre sus colegas de la Escuela Nacional. También de una estanciera que vivía cerca de Cañuelas, y a la cual solía visitar junto con don Máximo Paz (que tenía amores con una hermana)”.25
Hacia 1893 Hipólito conoce a Luisa Bacichi. Al principio, los une el arrendamiento de El Quemado, pero pronto iniciarán un vínculo que durará treinta años. Como explica Lucía Gálvez en Historias de amor de la historia argentina: “Parece que Yrigoyen daba a sus concubinatos la estabilidad de matrimonios”.26 Luisa fue la gran compañera de Irigoyen. Fue la primera dama oculta durante la primera presidencia y será, además, la madre de su último hijo: Luis Herman Irigoyen, nacido el 7 de marzo de 1897 y fallecido el 10 de marzo de 1977 (no el 16 de marzo ni el 16 de julio, como se informa en algunos libros y sitios de internet).27 De Luis se desprende la única descendencia que llega a nuestros días.
De los ocho hijos mencionados, Hipólito Irigoyen reconoció a los primeros siete. La información recopilada y expuesta lo prueba. ¿Por qué motivo no reconoce a su último hijo (Luis)? ¿Por qué un hombre cambia sus procedimientos de repente un buen día? En el caso de Irigoyen, para preservarlo de secuestros, extorsiones o atentados, como los que sufriría en vida. Si hubiese sido un hombre que abandona a sus hijos, como pretenden mostrarlo sus detractores, nunca hubiese registrado a ninguno, y sin embargo, hasta 1882, declaró a cada uno de sus descendientes. No es casual que en 1897 haya evitado inscribir a su último crío. Han pasado quince años entre el nacimiento de Sara Dominga y el de Luisito. Los peligros de ahora son mucho mayores que los de antes. Fin de siglo encuentra a Irigoyen como hombre de revoluciones, expuesto a circunstancias de riesgo, con balas, amenazas y conflictos armados. No es ilógico entender que sus temores hubiesen comenzado a disuadirlo de declarar sus nuevas paternidades. No obstante, para tranquilizar a la moralina de los que demandan la denuncia de hijos traídos al mundo, Luis Herman Irigoyen es reconocido ante las autoridades el 25 de marzo de 1915, pocos días después de cumplir los dieciocho años de edad. Así lo testimonia la madre, Luisa Bacichi, en su testamento ológrafo28 y la libreta de enrolamiento del notable diplomático29.
¿Por qué Gálvez afirma: “Sólo sabemos que Dominga ha tenido que abandonar a los suyos, que pronto empieza a tener hijos y que no los bautiza”?30 ¿Por qué Félix Luna dice: “Ella fue la novia perenne de su larga soltería. La quiso y la rodeó de terneza; pero no convivió con ella ni reconoció a sus hijos. Seis fueron estos, de los cuales murieron párvulos tres”?31 Ambos han dedicado muy pocas líneas a los asuntos privados de Irigoyen en sus respectivas biografías, como si fuese un aspecto irrelevante de la vida. Han omitido deliberadamente la identidad de Luisa, de Rufina y de Luis. ¿Habrá sido éste último, hombre que heredó la sagrada reserva de su padre por los asuntos privados, quien instó a los autores a mantener esos tres nombres entre las sombras? Solo después del fallecimiento de Luis Herman Irigoyen aparecieron los primeros trabajos donde se dieron a conocer quiénes fueron estos personajes fundamentales que acompañaron a don Hipólito durante los últimos cuarenta años de su existencia.
Con respecto a otros supuestos hijos, es interesante explicar que Hipólito Irigoyen solo tuvo un hijo con Luisa Bacichi, y no dos, como algunos integrantes de la familia Cambaceres, Eduardo Zanini y ciertas fuentes genealógicas afirman. Los familiares han sido responsables de esta confusión. Al detectar en la bóveda de Rufina Cambaceres una urna con la chapa identificadora “Sara Irigoyen”, creyeron descubrir una hija de esta pareja. Esas cenizas corresponden, efectivamente, a Sara Dominga Irigoyen, la séptima hija de líder radical y medio hermana de Luis Herman Irigoyen, cuya madre fue Dominga Campos. El listado de féretros del mausoleo, proporcionado por los descendientes de don Hipólito, así lo testimonia.
Alicia Moreau, esposa de Juan B. Justo, declaró a Blas Alberti en Conversaciones con Alicia Moreau de Justo y Jorge Luis Borges que una alumna de Irigoyen, de nombre Rosalba, tuvo un hijo con su profesor.32 El trabajo de investigación de Cynthia Ottaviano, en su libro Secretos de alcobas presidenciales demuestra que no hubo ninguna alumna con esa identidad en los años que Irigoyen tuvo a Moreau como discípula.33 Por otro lado, los testimonios de Hipólito Solari Yrigoyen (sobrino nieto de don Hipólito) dan por tierra con la fábula. El desvarío de la escolar socialista llega a su delirium tremens cuando asegura a su interlocutor que la tal Rosalba, expulsada por su familia por la deshonra, fue enviada por Irigoyen “a una estancia que pertenecía a una señora que era por el estilo. Pero ella era casada y era una señora de más edad, era un resto de una aventura”.34 Evidentemente, apunta a Luisa Bacichi. Sabiendo del carácter de Luisa, esta versión chismosa no puede entenderse de otra manera más que de alucinación absurda. La mismísima Moreau le confiesa a su biógrafa, Mirta Henault: “Entre las chicas de dieciséis a dieciocho años tenía (Irigoyen) gran prestigio. Era un personajón político. Añadido, además el prestigio de su figura. Era un hombre alto, bien conformado, que entraba siempre en la clase llevando en su mano su sombrero “bombín” y su bastón. (...) Yo tomé una cuestión relacionada con la organización de las sociedades primitivas. (…) Hice un resumen que me pareció muy completo. Cuando expuse el tema, advertí la sorpresa de mis compañeras y del mismo profesor; resulté ser la alumna que más se había distinguido, y fui citada a la dirección. Tuve que explicar en presencia de las autoridades cuál era la razón que me había guiado a tomar semejante tema. (…) Y debí responder, además, a una cantidad de preguntas de carácter más bien personal que me hizo Hipólito Irigoyen. Preguntas todas muy cordiales que me permitieron salir de esta entrevista no asustada, como era mi temor, sino satisfecha por el interés demostrado. A partir de ese momento nació con el profesor una amistad, aunque algo limitada. (…) Yo era muy discutidora. Él se divertía llamándome después de clase. Y así discutíamos frente a la directora y la vice sobre el matrimonio, los hijos, los derechos del ciudadano. Yo ya tenía diecisiete años y una mujer a esa edad es bastante mujer. En los primeros años de 1900, cuando los radicales hicieron una revolución, Irigoyen fue privado de sus cátedras. (…) Pero la prolongada amistad de Irigoyen con la dirección del colegio le permitió volver algunas veces. En una de esas ocasiones lo encontré en las galerías. No lo había visto desde el día de su expulsión y me acerqué para saludarlo. Él interpretó mi saludo como adhesión a su causa, con la cual yo no estaba porque era algo totalmente fuera de mi comprensión la relación entre un motín militar y las modificaciones legales que él solía reclamar. Se lo dije con toda la franqueza de una joven inexperta en cuestiones políticas. Entonces advertí hasta qué punto estaba ofendido. Se alejó muy solemnemente, expresando en su mirada el repudio que sentía hacia mí. Me dijo que nunca más volviera a dirigirle la palabra. Esto debió ocurrir sin que yo lo buscara. A esa edad a uno se le escapan muchas cosas. Seguramente mis argumentos no debieron ser de mucha importancia”.35 Manuel Gálvez señalaba del profesor Irigoyen: “Las alumnas lo adoran, y algunas se enamoran de él seriamente. Pero en la Escuela encuentra amistades, simpatías, admiraciones. En la Escuela comienza a ejercitar sus artes seductoras. Sabe que posee el don de hacerse amar.”.36 La nieta del escritor, Lucía Gálvez, brinda otro testimonio interesante de la colegiala marxista: “Era un hombre imponente, alto, erguido, muy buen mozo, no de cara linda pero imponente, que se imponía con el gesto lleno de energía y convicción que tenía para hablar”.37 La misma autora, una de las primeras en abordar con precisión las vinculaciones afectivas del ex presidente, transcribe la observación generalizada de quienes lo conocieron: “Debió ser muy atractivo: alto, de fuerte contextura, con ojos negros de un lindo mirar”.38 La propia Moreau le reconoció a Alberti: “Él me prestó muchos libros. Le gusté intelectualmente. Eramos muy amigos, yo lo estimaba mucho”.39
Es evidente que el docente revolucionario, además de admiración de sus pupilas y colegas, también habrá recaudado envidia, desamores, confusiones y malos entendidos. En consecuencia, debió coleccionar comentarios desdeñosos, murmuraciones dañinas y elucubraciones extremistas. Celia Manson, un poco menos propensa a los chimentos, menciona que hubo una alumna que se le declaró por la vía epistolar, y que el episodio concluyó con la separación de la señorita de la institución. Es factible que ese haya sido el acontecimiento más sobresaliente y verosímil de todas las historietas tejidas alrededor del educador y sus educandos. Posiblemente despecho, resentimiento, exageración o decidida tendenciosidad fueron los motivos de la falacia de la estudiante Moreau.
Sin dudas, la biografía de Manuel Gálvez explica con una precisión insuperable la personalidad de Irigoyen, pero ahonda con torpeza y desinterés en los amores del caudillo radical. Se evidencia por el contraste que hacen esos raptos de chismerío con los que aborda ciertas cuestiones personales de los principales involucrados. Es muy hábil para evitar las identidades y sugerir. El más claro ejemplo es cuando hace referencia a la calumnia de la supuesta relación entre Irigoyen y Rufina Cambaceres (su hija política). “Tampoco abandona aquel otro oasis de su vida siempre igual y sacrificada: las mujeres. Aquel amor con la brillante extranjera no se ha interrumpido. Pero al mismo tiempo mantiene una bella amistad con otra mujer. ¿Llegará Yrigoyen a decirle alguna palabra de amor? Alguien asegura que ha habido entre ellos un noviazgo, interrumpido por la muerte”.40 La lectura de Rvfina exime a este autor de mayores explicaciones al respecto.41
Otro momento supremo del comadreo de Gálvez evidencia su confusión para adjudicar hijos a su biografiado. Al comentar los padecimientos de Dominga Campos, escribe: “Y aún tiene que agregar las infidelidades de su amante. No es posible que en “la gran aldea” de esos tiempos, ignore que Hipólito ha estado a punto de casarse, allá por el 80, con una joven de la sociedad distinguida. No se ha casado porque el padre de la joven se opuso violentamente. Jamás permitiría —así se lo dijo, más o menos— que se casara con ‘ese compadrito’. Pero los amantes se entendieron y de esos amores nació un hijo”.42 Este notable descuido de don Manuel no pasó desapercibido para los siguientes biógrafos de Irigoyen, que repitieron ese rumor inexacto como si fuera un verdad indiscutible. Se trata, simplemente, de una desordenada comprensión de los reportes orales de los familiares. Sin dudas, la absoluta reserva con la que Irigoyen mantuvo bajo resguardo sus asuntos privados ha colaborado para generar estas desopilantes confusiones. No hubo otra joven de la sociedad distinguida más que Dominga Campos. Lo simpático del asunto es leer a Gálvez no advertir que en su propio libro ofrecía una descripción más que elocuente de su mezcolanza: “¡Ha debido sufrir, la pobre Dominga! Desde que ha conocido a Hipólito su vida es un padecimiento: el disgusto de su familia, el concubinato, el rechazo de sus amistades, la muerte de sus tres hijos. Dominga pertenece a una familia de buena condición. Su tipo lo evidencia. Es hija de un coronel y tiene un hermano que será más tarde senador provincial. Es muy bella: rubia, ojos azules, boca fina, rostro en óvalo con la barbilla en punta, tez blanca y delicada, manos distinguidas”. En otro párrafo acentúa la maraña: “Ha debido ser tremendo el enojo de su padre, el escándalo en su familia. Sólo sabemos que Dominga ha tenido que abandonar a los suyos, que pronto empieza a tener hijos y que no los bautiza”. Efectivamente, el disgusto del coronel Pedro Policinio Campos fue tan grande al saber que estaba embarazada, que expulsó a su propia hija de la casa. Es cierto también que Irigoyen estuvo a punto de casarse, y fue con la propia Dominga, pero su enfermedad y posterior muerte lo impidieron. Ambos autores coinciden: “Dominga sabe que es honesto cuando afirma que, al consolidar su situación, se organizarán como Dios manda” (Celia Manson).43 “¡Fatalidad de su destino: se enferma ahora cuando Yrigoyen acaba de regalarle una casa en la calle Ministro Inglés, cuando parece que piensa casarse con ella!” (Manuel Gálvez).44
Con respecto al reconocimiento legal de la paternidad, es determinante ubicarse en la época y comprenderla. En la década de 1880, donde nacieron la mayoría de los hijos de Irigoyen, se produjo un acontecimiento social bastante controversial, que fue la creación del Registro Civil. Fue durante la primera presidencia de Alejo Julio A. Roca que el estado tomó control de la población civil y la educación ciudadana, que hasta el 25 de octubre de 1884 eran potestad de la iglesia católica. Al principio, los católicos (casi toda la población) renegaban de la modificación y solo registraban los nacimientos con el antiguo procedimiento religioso. Desde ese momento y por los siguientes cincuenta años, el empadronamiento solía hacerlo la madre, muchas veces en soledad, y podía pasar mucho tiempo hasta que el apellido paterno llegaba a registrarse. No era por una cuestión de no reconocer hijos, sino que el varón no acostumbraba involucrarse tanto como la mujer en asuntos legales de su progenie antes de que éstos llegaran a la mayoría de edad. Recién a mediados del siglo XX la sociedad comenzó a cumplir mayoritariamente con lo estipulado por las leyes. En el caso de la familia Irigoyen-Campos, que tuvo durante aquellos años la cantidad de cinco hijos, los reconoció en su totalidad como lo establecía la normativa vigente, pues todos ellos vinieron al mundo antes de la modificación impulsada por el coronel Roca.
Ninguna doble moral, ningún mujeriego. En el peor de los casos, un hombre y un padre ausente, comprometido y consagrado únicamente con su misión en la vida: la patria, el derecho cívico, la reparación, la libertad de los oprimidos, la igualdad, la revolución social.
Para facilitar la comprensión del estudio, se ofrece la genealogía de la familia Irigoyen.
Martín Hirigoyen Dolhagaray (28/09/1821-01/11/1888) casó con Marcelina Antonia Alen Ponce (26/04/1827-16/06/1903), tuvieron ocho hijos:
1. Roque Martín (16/08/1850-20/11/1886), casó con María Ángeles de las Nieves Podestá (05/08/1865-04/04/1919), tuvieron un hijo:
a. Antonia María (10/05/1884-26/12/1960)
2. Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús (13/07/1852-03/07/1933), formó pareja con Antonia Pavón (26/02/1852), tuvieron dos hijos:
a. Helena (02/09/1872-05/07/1945)
b. Hipólito (1874-22/04/1880)
Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Irigoyen formó pareja con Dominga Campos (29/11/1859-14/11/1890), tuvieron cinco hijos:
c. María Luisa (09/1877-189?)
d. Dominga (24/11/1878-23/06/1879)
e. Hipólito (15/11/1879-1880)
f. Eduardo Abel (27/10/1880-03/08/1945)
g. Sara Dominga (26/01/1882-16/06/1970)
Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Irigoyen formó pareja con Luisa Bacichi (11/03/1855-12/07/1924), tuvieron un hijo:
h. Luis Herman (07/03/1897-10/03/1977) casó con María Paula Kurth (1899-1989), tuvieron un hijo:
i. Raúl Hipólito (1919-1994) casó con Anne Marie Simpson (07/07/1921-06/09/1973), tuvieron dos hijos:
1. Juan Carlos Hipólito (05/09/1949) casó con Beatriz Estela Sidders (13/05/1949), tuvieron dos hijos:
a. María Agustina (24/08/1982)
b. Juan Hipólito (10/06/1984)
2. María Mercedes (18/01/1952) casó con Colin Munro Campbell (05/05/1951), tuvieron tres hijos:
a. Colin (1976) casó con Lorena Gonzáles.
b. Rodrigo (1978) casó con María Guadalupe López
c. Alejandra (1980) casó con Ezequiel Bettatis (1977), tuvieron dos hijos:
i. Justina (2003)
ii. Federica (2005)
Alejandra Campbell formó otra familia con Sebastián Grandinetti (1975), tuvieron dos hijos:
iii. Mora (2009)
iv. Lara (2013)
3. Martín Demetrio (08/10/1854-05/04/1916) casó con Sara Máxima Bonorino (15/04/1874-02/05/1959), tuvieron ocho hijos:
a. Sara María (12/10/1901-21/06/1957) casó con Ricardo Arce (19/08/1912-06/10/1969)
b. Martín José (19/01/1904-22/02/1968) casó con María Esther Allaria (28/10/1904-06/09/1983)
c. Elida Marcela (16/01/1906-15/06/1974) casó con Edelmiro Cecilio Solari (22/11/1897-14/08/1970), tuvieron tres hijos:
i. Edelmiro Martín (10/03/1931-28/12/2005) casó con María Matilde Alcorta Giménez Zapiola (20/07/1938)
ii. Elida Matilde (1932) casó con Abelardo Arias (1915)
iii. Hipólito Eduardo (23/07/1933) casó con Teresita Martha Hansen Molina, tuvieron tres hijos:
1. Hipólito (03/11/1956)
2. Patricio (10/04/1958)
3. Conrado (23/11/1959)
d. Roque Felipe (23/08/1907-20/01/1923)
e. Marta Marcelina (28/12/1908-17/10/1976)
f. Blanca Mercedes (16/03/1910-04/12/1911)
g. Celia Máxima (18/11/1912-14/07/2006) casó con Juan Andrés Alric, tuvieron seis hijos:
i. María Teresa (21/04/1949) tuvo una hija:
1. María Valeria Zavala (18/10/1977)
ii. Raquel (17/01/1951) casó con Alberto Dardo Quesada Álvarez Claros (1950), tuvieron cinco hijos:
1. Constanza (05/03/1978) casó con Rafael De Notta (30/05/1977), tuvieron un hijo:
a. Salvador
2. Eugenia casó con Marcos Defferrari (1979), tuvieron cuatro hijos:
a. Joaquín (07/01/2008)
b. Fátima (12/05/2010)
c. Martín (04/03/2013)
d. Rosario
3. Gonzalo casó con Catalina Soulas (23/08/1984), tuvieron una hija:
a. Juana
4. Agustina (23/12/1982)
5. Ignacio (16/07/1985)
iii. Marta (17/01/1951)
iv. Andrés (05/10/1953)
v. Noelia Cristina (01/06/1955)
vi. Martín Alberto (01/01/1957)
h. María Susana (12/09/1915-10/02/1917)
4. Marcelina (01/09/1856-05/09/1856)
5. Marcelina (04/12/1858-21/04/1833) casó con Luis Rodríguez (1855-10/07/1913), tuvieron un hijo:
a. Luis (14/02/1899-06/08/1983)
6. Amalia Encarnación (20/03/1862-15/05/1931) casó con Braulio Gustavo Cires (1858-18/09/1899), tuvieron dos hijos:
a. Amalia (23/05/1891-20/01/1974) casó con Saúl Félix Pereyra (18/05/1888-14/01/1963), tuvieron tres hijos:
i. Saúl Demetrio (00/08/1915-14/11/1915)
ii. Amalia
iii. Saúl Leandro (04/12/1919-21/09/1974)
b. Martín (21/04/1892-27/09/1931) casó con Ángela Menéndez Judez (04/12/1902-17/09/1987), tuvieron dos hijos:
i. Martha (20/12/1924)
ii. Martín Gustavo (1930-1988) casó con Eloísa Rosa Sicardi Ortiz (11/07/1937), tuvieron tres hijos:
1. Martín Hipólito (08/07/1959) casó con Marina Pfeiffer (27/04/1961), tuvieron dos hijos:
a. Martín (09/06/1987)
b. María (03/03/1989)
2. Eloísa Ángela (24/11/1960)
3. Pedro (1961) casó con Susana María Marta Harrington Apellaniz (11/10/1967), tuvieron dos hijos:
a. Susana Victoria (01/02/1990)
b. Pedro Juan (01/02/1990)
7. Camilo (1864-1864)
8. Ernesto (1866-1867)
Aclaración sobre la grafía del apellido Irigoyen: el autor ha creído conveniente escribir el patronímico de don Hipólito como el mismo involucrado solía firmar, como aparecía en la documentación legal y en los periódicos de la época, como estaba registrado en el Jockey Club, como rezan las plaquetas del panteón de los Caídos en la Revolución del Parque, como figura en la gran mayoría de los libros anteriores a 1953 (cuando Etchepareborda dictaminó que debía escribirse con ye), como se han apellidado todos sus descendientes y casi todos sus familiares, como Martín Cires Irigoyen declaró a los biógrafos que se escribe el apellido de su tío, y como mayormente sucede con otras personas con el mismo nombre en cualquier parte del mundo. Solo se utiliza Yrigoyen cuando se menciona un texto donde así se ha nombrado al prócer, ya sea en el título o en una cita, en orden de respetar la fidelidad de la transcripción. Para mayor información se recomienda leer Los reelegidos: Roca, Yrigoyen y Perón, de Eduardo Bautista Pondé. En las páginas 16 a 20 aborda el asunto con interesantes aportes al respecto. Asimismo, puede observarse que en el estilo literario de este trabajo se encuentran deliberadamente imitados los hábitos de la redacción periodística o epistolar de los tiempos narrados (1828-1924), incluidos los yerros, faltas gramaticales, ordenamiento de la sangría o antiguas acentuaciones de las palabras.
NOTAS:
-Publicado por Gaby del Corro en Familias Argentinas,Extraído del Facebook "Rodriguez Rocha"
1 Bellotta, Araceli, Los amores de Yrigoyen, Buenos Aires, Sudamericana, 2004, pág. 25.
2 Acta de bautismo de Antonia Pavón, Ciudad de Buenos Aires, Libro de bautismos de la parroquia de Nuestra Señora de Montserrat, 1852, sin numerar.
3 Ciudad de Buenos Aires, Libro de censos, 1869, sin numerar.
4 Acta de bautismo de Dominga Irigoyen, Buenos Aires, Libro de bautismos de la parroquia Nuestra Señora del Socorro, 1879, sin numerar.
5 Gálvez, Manuel, Vida de Yrigoyen: El hombre del misterio, Buenos Aires, Tor, 1959, págs. 28 y 29.
6 Manson, Celia, Dominga Campos: Compañera silenciosa de Hipólito Irigoyen, Buenos Aires, Sudamericana, 2004, pág. 146.
7 Luna, Félix, Yrigoyen, Buenos Aires, Hyspamerica, 1986, pág. 61.
8 Partida de defunción de Hipólito Irigoyen Pavón , Ciudad de Buenos Aires, Libro de muertos de la parroquia de Balvanera, 1880, hoja 233.
9 Zanini, Eduardo, Hipólito Yrigoyen, Buenos Aires, Vergara, 2013, pág. 26.
10 Bellotta, A., op. cit., págs. 41 y 42.
11 Gálvez, Lucía, Historias de amor de la historia argentina, Buenos Aires, Norma, 1998, pág. 273.
12 Acta de bautismo de María Luisa Irigoyen, Ciudad de Buenos Aires, Libro de bautismos de la parroquia de Nuestra Señora del Pilar, 1889, sin numerar.
13 Gálvez, M., op. cit., págs.. 33 y 34.
14 Ciudad de Buenos Aires, Libro de censos, 1869, sin numerar.
15 Acta de bautismo de Dominga Campos, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1859, hoja 298.
16 Manson, C., op. cit., pág 146.
17 Manson, C., op. cit., pág 113.
18 Acta de bautismo de Hipólito Irigoyen Campos, Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1880, hoja 25.
19 Manson, C., op. cit., pág. 116.
20 Ibídem, pág. 123.
21 Gálvez, M., op. cit., pág. 54.
22 Manson, C., op. cit., pág. 113.
23 Pondé, Eduardo Bautista, Los reelegidos: Roca, Yrigoyen y Perón, Buenos Aires, Legasa, 1991, pág. 52.
24 Bellotta, A., op. cit., pág. 181.
25 Luna, F., op. cit., pág. 62.
26 Gálvez, L., op. cit., pág. 274.
27 La Nación, Aviso fúnebre, ejemplar del 11 de marzode 1977, sección 2, pág. 15.
28 Sucesorio de Luisa Bacichi, Archivo de Tribunales, legajo 10.932.
29 Libreta de enrolamiento de Luis Herman Irigoyen.
30 Gálvez, M., op. cit., pág. 33.
31 Luna, F., op. cit., pág. 62.
32 Alberti, Blas, Conversaciones con Alicia Moreau de Justo y Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Ediciones del Mar Dulce, 1985, pág. 76.
33 Ottaviano, Cynthia, Secretos de alcobas presidenciales: de Delfina Mitre a Cristina Kirchner, Buenos Aires, Norma, 2003, págs. 161 y 162.
34 Alberti, B., op. cit., pág. 77.
35 Henault, Mirta, Biografía: Alicia Moreau de Justo, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1983, págs. 14, 15 y 16.
36 Gálvez, M., op. cit., pág. 48.
37 Gálvez, L., op. cit., pág. 281.
38 Gálvez, L., op. cit., pág. 271.
39 Alberti, B., op. cit., pág. 75.
40 Gálvez, M., op. cit., pág. 112.
41 Rodríguez Rocha, Rvfina, Buenos Aires, Obra inédita, 2017.
42 Gálvez, M., op. cit., pág. 54.
43 Manson, C., op. cit., pág. 147.
44 Gálvez, M., op. cit., pág. 54.
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